¿Es España un país racista?

Cuando se formula esta pregunta, automáticamente se niega la mayor. La frase estándar para excusarse suele ser del tipo “yo no tengo nada en contra de ellos” y, en ocasiones, cuando la hipocresía subyace bajo ese enunciado, se acompaña de un pero es que…. Si la charla es con cierto tipo de personas, se pone en práctica el deporte nacional, criticar lo que no se conoce, sólo por encima de criticar al que no está presente –si fuera olímpico, habría tradición de medallistas españoles- y da comienzo una perorata de leyendas urbanas que cuenta un borracho y un imbécil las cree acerca del daño que han hecho los inmigrantes a este país, y sobre por qué hay que hacer todo lo posible para no relacionarse con ellos. Una aclaración, solo son inmigrantes aquellos que vienen de países menos desarrollados, un inglés que lleva 20 años trabajando aquí es un turista.

Hace poco tuvo lugar en Esplugues de Llobregat, Barcelona, un caso que ha sido la motivación de que un servidor haga este artículo. Un empresario chino de 47 años tiene el proyecto de abrir un restaurante Wok en un bloque de vecinos, para el cual realizará una inversión cercana al millón de euros en alquilar un local que llevaba varios meses vacío, ya que nadie estaba interesado en él. Desde el principio, no cuenta con el beneplácito de una vecina que, casualmente, trabajaba en el Ayuntamiento de Esplugues, alegando que no estaba dispuesta a tolerar los olores que la comida china produce. Tras un arduo proceso logra abrir el local. En su inauguración, invita a todo el bloque de vecinos que asiste con muecas de falsa aceptación y parece ser que el conflicto llega a su fin. Nada más lejos de la realidad. De nuevo vuelven las protestas, que terminan con el cierre del local, una cuantiosa inversión de dinero perdido y una familia en un país extranjero al borde de la ruina. El empresario, ante esto, termina ahorcándose en su local.

A pesar de que lo neguemos, somos un país racista. Sin embargo, citando al refrán, mal de muchos consuelo de tontos, no somos los únicos del viejo continente que pequen de ello. Bien es sabido que en las vecinas Francia e Italia también impera una mentalidad xenófoba, quizás alentada por sus máximos dirigentes. Son países que, a pesar de su multiculturalidad, siempre está la atávica actitud de rechazo al inmigrante. Ese no puede ser el espejo en el que reflejarse. El modelo a seguir está en otros europeístas como Holanda o la región escandinava, siendo esta última la demostración de que inmigrantes y nativos pueden convivir en un marco de tolerancia para nada utópico. Amén.

Y para terminar, porque esto no dejará de pasar con personajes así:

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