Maldito esquirol

Por más que lo intento, no consigo entender cómo hace ya tres años que todo sigue igual. Las timbas de mus con los compañeros de la mina desaparecieron, igual que nuestro salario y empleo. Las horas y horas echadas en esos túneles las paso en el sillón de mi casa por vergüenza a salir a la calle sin tener un par de míseros euros que gastarme en una cerveza. Mis hijos, con su madre, incrementan su vergüenza ante un padre fracasado que dejó a su familia al borde del abismo. ¿Mis amigos? Todos esquiroles. Y los que no lo son, alguno en la cárcel, otros lejos de este repugnante lugar y habrá otros en mi situación.

¡Ay, malditos esquiroles! ¿No lo entienden? ¡Nos explotan! Horas de trabajo por un sueldo inexistente. Puta crisis. Atrás quedaron esos meses de perseguir el autobús de trabajadores hasta la valla de las minas tirando huevos y arremetiendo contra los putos locales que intentaban, con poco éxito la verdad, que las revueltas se calmaran día tras día.

Era un no parar, horas de espera para que el bus cargado de unos pocos de mineros que no se solidarizaban con el sindicato saliera del trabajo. Por su culpa no parábamos de comernos una mierda. “Ellos trabajan sin quejarse” nos decía el paleto del concejal….

Solo. Estoy solo. Llamo a casa de mi ex mujer y no me deja hablar con mis hijos. Ni que estuviéramos en América con esas tutelas de película donde el padre no puede ver a sus hijos salvo una hora cada dos domingos.

Acabado. Me siento acabado. ¿Qué puedo hacer con mi vida? Llevo meses sin saber nada de la oficina del INEM. No tengo estudios, no sé idiomas. Mi único currículo es haber estado picando piedras durante diecisiete años. ¿Hasta dónde puedo llegar con eso?

Pasa un mes, y otro, y otro… Y así hasta hoy, que como un capullo tragándose su orgullo y moral estoy subiendo al puto autobús de esquiroles. Desde la ventana, todavía se puede divisar un grupo de manifestantes tira-huevos. Ya son un grupo muy reducido. Los más jóvenes. Pobres necios.

Que conste que no lo hago por mí. Mi hijo quiere estudiar y yo no quiero que sea un fracasado como su padre. Llevo meses sin hablar con él, pero espero que algún día recuerde que hasta un fracasado puede encontrar algo por lo que merezca la pena luchar. No hay que tirar la toalla.

0 comentarios:

Publicar un comentario